Mi traumática experiencia cobrando el SMI

julia uve
5 min readMay 5, 2022

--

Siempre he sido una persona poco enterada, bastante ignorante, siempre he vivido como al margen de la actualidad. La primera vez que escuché hablar del SMI (Sueldo Mínimo Interprofesional) tendría unos 17 años, cuando buscaba mi primer trabajo precario. Luego se convirtió en un término muy utilizado, ya en mis últimos años en la universidad, cuando todos buscábamos nuestro primer curro hiperprecario, o lo que llamé la “becariedad”. Tuve la suerte y desgracia de caer en un puesto bastante humilde y sencillo de la televisión pública, que, aunque se tratase de un empleo sin cobrar, me quedaba muy vistoso en el currículum, obviamente. Ese fue mi primer contrato, bastante flexible y sin mucho compromiso, por lo que no sentí la presión que siento en la actualidad.

Años y pandemias después resulta que, por azares del destino, he regresado a la misma cadena pública, sin embargo ahora mi contrato es distinto. Más real y menos amable. Siempre me ha parecido muy adecuada la frase de “yo hago mis ocho horas como todo el mundo”, y efectivamente, lo hago. Pero siempre que voy y vengo de mi trabajo al metro pienso: ¿a qué precio?

8 horas de lunes a viernes, puede que algún fin de semana, lo más probable, toque alguna guardia dentro de poco. Sin tiempo para ver una serie, sin tiempo para escribir o hacer fotografía, sin tiempo para dibujar, sin poder salir de paseo con mi perro, sin poder comer a gusto, sin quedar con mis amigas, sin tiempo para ir al cine, o para dar una vuelta. Siempre que voy y vengo de mi trabajo al metro pienso: ¿a qué precio? Al precio de mi propia vida, supongo.

Siempre he sido una persona bastante ignorante que ha vivido al margen de la actualidad hasta ahora, que me veo constantemente rodeada de informaciones, actualidades y últimas hora, cada una peor que la anterior. Rara vez encuentro algo en mi trabajo que me anime. Quizás sea porque no trabajo de aquello que quise, ni lo más parecido. Quizás sea porque para mí, que siempre he vivido al margen de la actualidad, sea como darse de bruces con algo de lo que llevas huyendo casi toda tu vida, enterándote de cosas que no quieres saber y viendo escenas que nadie quiere ver.

Todos los días miro a mis compañeras de trabajo. Las admiro a todas ellas. Hay alguna que lleva el puesto con orgullo, y muy raro me parece, pero cada loco con su tema. Luego está mi “jefa”, una mujer fuerte, una todoterreno que muchas veces me inspira. Y mis dos amigas del trabajo, a las que admiro y he conseguido querer en estos meses juntas. Me gustaría decir que mi incertidumbre y apatía respecto al trabajo es personal, sin embargo, es más bien un fenómeno común que cada una lleva a su manera. En el caso de mi pequeño círculo más cercano, todas estamos frustradas. Nos hemos quedado enganchadas al SMI, pero al menos, estamos juntas en esto.

Hablo con cariño de mis compañeras, las quiero con toda mi alma, como amigas más. Pero no es la gente el problema, sino la estructura, la que me mata. Hoy he llorado en mi puesto de trabajo, en la noche, cuando me quedo sola. He vuelto a llorar mientras caminaba mi largo camino hacia el metro. Luego he llorado mientras me duchaba, y hasta hace un rato estaba llorando en la cocina mientras me calentaba una tila que se me ha quedado fría porque antes de llorar, me he quedado una hora mirando una esquina de mi cama que está mal acomodada. Hoy a penas he hablado con nadie. No tengo hambre. No puedo dormir y cuando duermo, duermo fatal. Mucha gente me dirá que es porque estoy estudiando y trabajando al mismo tiempo. Mucha gente cuando se entera me dicen: “cómo te admiro”. Pero pocas veces nadie me dice “¿cómo estás?”.

Si hubiese alguien en quien confiase pero que no me quisiera lo suficiente como para que se llegase a preocupar por mí, le diría la verdad: estoy destrozada. Llevo igual desde hace unos meses, desde que comencé a trabajar. Me paso el día en el metro, en mi trabajo, que ya de por si es agotador, me agoto intentando seguir el ritmo de personas que conocen el oficio mejor que yo, y cuando no puedo, me agoto más del sentimiento de no poder ayudar o no haber hecho bien mi trabajo. He dejado de sentirme durante la semana, me limito a vivir esperando un fin de semana en el que estoy tan tensa y agobiada por aprovechar el tiempo y vivir como si de verdad fuese joven, que, al final, no consigo relajarme, ni divertirme, ni sentir nada más que estrés porque de repente es lunes. Y lo peor es que a medida que avanza el tiempo me veo lejos de mi sueño. Me he alejado ya tanto que no sé ni con qué soñaba o qué quería hacer con mi vida, o quién era, o qué me gustaba.

Sé que lo más fácil sería dejarlo, pero tal y como están las cosas, me parece mal desaprovechar esta oportunidad de ganar dinero y experiencia que luego cambiaré por más dinero, porque desgraciadamente, quiero vivir y hacer que mis seres queridos también vivan a gusto. Me siento una hipócrita cuando me quejo de mi trabajo, porque sé que hay gente buscando por debajo de las piedras. Espero que puedan perdonarme este berrinche. Supongo que solo estoy furiosa porque soy así de cobarde, porque no confío en poder vivir de lo que me gusta, porque honestamente, tampoco creo que mis humildes proyectitos artísticos valgan lo suficiente como para dedicarme con seguridad a ellos. Y tampoco soy rica, así que no me lo puedo permitir.

Hay gente que se pierde en su pareja, yo me he perdido en mi trabajo. Si es duro ya de por si trabajar, imagínate trabajar en algo que nunca fue si quiera una opción. Y como yo sé que hay miles de personas que a diario luchan contra ellas mismas, porque al empezar cada jornada laboral sienten que se traicionan, que se mueren por dentro. Yo, amigues frustrades, os animo a continuar desde la mayor de las comprensiones y el mayor de los afectos. Estos años jamás nos los van a devolver. Quería acabar la frase de forma esperanzadora, pero mañana aún es jueves y no se me ocurre nada esperanzador en este momento.

Buenas noches. Cuidaos por favor. Yo también cuidaré de mí.

--

--