Sobre cómo ser guapa o cómo intentarlo

julia uve
6 min readOct 14, 2021

--

Mentiría si dijese que no me siento triste en este momento. Triste, decepcionada y frustrada. Son escenarios en los que me voy moviendo desde hace un tiempo, pero últimamente me está costando más de lo normal, es asfixiante y da miedo, como el metro a hora punta. Como el metro a hora punta a finales de una pandemia incierta. Hablo en sentido figurado, porque de hecho en el mundo físico fuera de estas metáforas tan rimbombantes, me muevo muy ágilmente entre los pasajeros de la línea circular. Y no me cuesta nada caminar a lo largo del andén, puedo esquivar a toda la gente, pero una vez llego al punto deseado, me encuentro aquello que me aterroriza y que odio: yo, mi reflejo en la superficie esmaltada del metro, terrible y deforme. Y antes me daba igual, pero ahora solo quiero que las puertas del metro partan ese fantasma en dos.

Y sí, toda esta introducción tan poética es, efectivamente, una forma de decir “me siento fea y sin solución”, “me siento horrible, por dentro y por fuera, y me da vergüenza ser observada”, “me siento la peor opción de cualquier persona y no siento que merezca más que el cariño residual que la pena y la compasión destilan”. Me siento fea, y lo peor de esa premisa es que es atemporal, y me ha golpeado más de lo que me gustaría reconocer, porque si no puedo ser guapa, al menos me gustaría ser fuerte, pero si me vengo abajo por una cosa así de superficial y narcisista, no se si “fuerte” es un término que podría formar parte de mí. Y digo que es algo atemporal porque, a pesar de que tengo recuerdos escasos y vagos de mi infancia, nunca se me va a olvidar la voz y la cara de mi bully en el colegio. Estábamos en 3º de primaria, y hasta entonces, yo no tenía una imagen de mi misma construida en mi cabeza. Cuando me dibujaba, siempre era sonriendo, y sin hombros, porque no aprendí a hacer hombros hasta que mi hermana me enseñó cuando yo ya estaba en 4º. En 3º, a pesar de no tener mucha idea de la anatomía humana, me gustaba dibujarme con mis amigues de clase, todes del mismo tamaño, todes sonriendo, todes iguales. Yo solía jugar con mis amigues en una pequeña plaza contigua a mi portal. Un día, en esa plaza, le fui a enseñar ese dibujo a mis amigues, entre los que estaría mi futuro bully, que me señaló en ese folio lleno de colores y dijo alto y claro: “tú no eres así, tú eres fea, te pareces a un mono feo”. Todes se rieron, y yo también. Pero aquella noche recuerdo que me volví a dibujar en casa, con la forma de un monstruo y con la palabra “monstruo” al lado del primer autorretrato que me marcó para siempre, a pesar de que cuando lo vio mi madre, lo rompió y me dio un abrazo. Y desde ese momento, en clase yo era un mono, o un caballo, o un gorila, aquella que cuando dibujaban en clase pedían el “color caca” para colorear, porque el “color carne” no era el mío. Y todo aquello acompañado de un silencio desconcertante por el equipo de profesores. Años después, me enteré de que también muchas madres de les niñes de mi clase hablaban mal de mí.

Y pasó el tiempo, nos hacíamos mayores, y a mí no dejaba de crecerme la nariz, se me torcieron los dientes, me salió vello en los brazos y en las manos. Fueron años de incomprensión porque no fue hasta la ESO cuando comprendí de donde venía todo ese odio injusto hacia mí por simplemente estar ahí sentada. En la ESO, cambiaron lo de “mono” y “caballo” por “negra”, “panchita”, “sudaca”, “china de mierda”… Y de igual manera, ni los profesores ni las familias se esmeraban en ayudar, y de hecho mucha gente se sumaba a la presión y la invalidación, porque fui la primera persona que se tiñó el pelo de mis instituto en busca de aprobación, buscando desesperadamente ser el patito feo que se convierte en cisne. Y con ello solo conseguí que se riesen más de mí, pero que aplaudiesen a la compañera blanca y caucásica que se tiñó el pelo exactamente igual que yo tiempo después. Comprendí en ese momento que todo el odio recibido por parte de tanta gente de mi edad y gente mayor, gente que conocía y gente que no había visto en mi vida, nacía de algo que iba más allá de mi propia existencia, algo que se me iba de las manos y que era sumamente incontrolable para mí. ¿Qué podía hacer una niña de 15 años ante tantísimo rechazo? Es muy complicado vivir con la presión de ser perfecta a esa edad, porque al mínimo error, todo será porque eres latina, porque la gente de tu país es problemática, a pesar de que yo no haya nacido allí. Y la ofensa y el dolor y la rabia son cosas demasiado grandes para una niña tan pequeña.

Y tanto fue, que creo que crecí aprendiendo a contenerme, a no amarme, a cambiarme siempre, a mutar para “parecer más blanca”, “con los ojos más redondos”, “con el pelo más claro”, “con la mejor ropa”, “con las mejores ideas”, “con más amigos”… Sin permitirme ningún error y sin permitirme ningún rincón oscuro donde poder esconderme a respirar y descansar. Y reconozco que actualmente me confunde mucho cómo ha cambiado el canon de belleza. Porque odio mis ojos, pequeños, rasgados, pero hay gente blanca que paga para que sus ojos sean así. Odio mi nariz aguileña y grande, pero en gente blanca, es algo carismático y empoderante. Odio mis labios gruesos, pero la gente se inyecta lip fillers. Odio mi cuerpo demasiado grueso para ser delgada pero demasiado delgada para ser curvy, pero cuando es el cuerpo de una chica blanca, lampiña, es atractivo, es pin-up, es sexy. Me llena de rabia y me confunde muchísimo que todos esos atributos sean tan hermosos en otros cuerpos, que la gente se esfuerce e invierta paciencia y dinero en ser así, pero yo no pueda hacer otra cosa que no sea odiarlos y desear cambiarlos de la forma más efectiva posible. Solo para ser como el resto de personas socialmente valoradas.

Me siento muy frustrada porque siento como si me estuviese haciendo el mismo bullying que me hacía la gente de pequeña, pero peor, porque la matona ahora soy yo misma, y es muy complicado escapar de un enemigo así. Odio muchas cosas de mí, tanto a nivel físico como respecto a mi forma de ser, y me cuesta creerme que la gente que me quiere lo haga honestamente, me cuesta aceptar cariño porque pienso que no me lo merezco o que no soy suficiente. Y por eso también me odio un poco, porque me estoy haciendo daño a mi misma y a la gente que me quiere y me aprecia. Pero pienso que no puedes odiar algo si en el fondo no lo amas un poco al menos. Por eso tengo la sensación de tener algo en la punta de la lengua, de que me falta encontrar la pieza clave que me ayude a volver a conectar conmigo. Porque a pesar de que parece que siempre me he sentido así, no siempre ha sido de esta forma, a veces me he amado, muchísimo además. No sé qué estoy ignorando, o qué me falta por cuadrar, pero confío en que con tiempo y paciencia, podré terminar el puzzle.

Cuando encuentre lo que sea que busque se lo contaré a todo el mundo. Cuando lo sepa, quiero ayudar a toda la gente que pueda que se esté sintiendo así.

Cuidaos mucho y gracias por leerme. Si supiese quiénes sois, nos dibujaría a todes, felices e iguales, como hacía de pequeña.

Hasta la próxima.

--

--